martes, 19 de agosto de 2008

ALLÁ ARRIBA, CERCA DEL CIELO


ALLÁ ARRIBA, CERCA DEL CIELO
fff
Camino. Sí, camino pero estoy un tanto cavilante. Camino, sí, pero parece que ya no siento mis pies. Es que para los nueve, ¿o diez quizá?, días que vengo caminando, los días se me han como confundido ¿Qué día es hoy?, en realidad no lo sé, sólo sé que tengo que bajar por este empedrado camino y llegar, nada más. Me han dicho que hay fiesta y aunque duelan los pies, tenemos que bajar. Pero aquí entre nos, la travesía ha sido espectacular. Estoy cansado claro, pero lo caminado y conocido no me lo quita nadie. La experiencia vivida entre estas montañas ha sido alucinante. Eso, alucinante.
En el Perú, en la esquina noreste del departamento de Lima, colindante con los departamentos de Huánuco y Ancash, se yergue imponente la majestuosa Cordillera Huayhuash, un ramillete de montañas que, en unos 40 kilómetros de recorrido, dibuja los parajes andinos más espectaculares; donde se suceden un vertiginoso abanico de nevados, muchos de ellos sobrepasando la tenebrosa barrera de los seis mil metros de altitud; lagunas que destellan bajo un cielo a veces atiborrado de densas nubes, presagiando una feroz tormenta, a veces límpido presentando el tono índigo más hermoso. Y colgando entre precipicios que quitan el aliento más tenaz, los pueblos de las montañas, llenos de costumbres y tradiciones.

Me decidí llegar a este apartado rincón de los Andes tomando como punto de inicio a la ciudad de Cajatambo, capital de la provincia limeña del mismo nombre. Tan sólo con mirar el primer tramo que hay que vencer, una enorme divisoria que sube desde los 3376 msnm, en que se ubica Cajatambo, hasta los 4200 msnm del abra que da acceso a la otra quebrada, la adrenalina comienza a fluir. Estuve cerca de dos días aclimatándome, pero la altitud me golpea duro. Resoplando llego después de casi tres horas de subida. ¡Vamos, vamos!, me aliento yo mismo. De pronto la blanca cima del Huacshash (5644m) aparece ante mí, como congratulándome ante el esfuerzo desplegado, siento que me ha recompensado por este primer acercamiento ante su nívea presencia. Mi boca se descuelga del asombro. Este nevado es el que está más al sur de Huayhuash y casi ningún caminante, salvo los lugareños, llega por estos lares para divisarlo. Saben que… perdonen pero tengo que decirlo… me siento henchido de orgullo al ser uno de los pocos caminantes que ha venido hasta los confines de este reino y, discretamente, estallo de alegría.
Hora de continuar camino abajo, flanqueado por grandes paredes que se alzan vertiginosas. La tarde está a punto de acostarse, esperando la llegada de la noche y armo mi campamento a la entrada de la quebrada Altuscancha, otra de las pocas conocidas en la zona. Miro el cielo, está oscuro, signo inequívoco de lluvia. Debo apurarme y mi carpa se empeña en hacérmela difícil, pero lo logro justo cuando el cielo se abre y los bramidos del trueno me empujan carpa adentro.
Otro día y a subir se ha dicho. Tengo que ir Altuscancha arriba, en un recorrido más llevadero, pues este lugar está más arriba de Cajatambo y, además, yo estoy cada vez más aclimatado. “Tienes que llegar arriba de Altuscancha y desde allí la vista es espectacular Juan…” me había comentado Carlos, el arriero que hala a los dos mulitas que he alquilado. ¿Será cierto? Con la convicción de gozar de aquello y estando cerca al abra, emprendo una subida acelerada, casi corriendo. Grandísimo error, pues a estas altitudes no es conveniente alucinarse campeón de cien metros planos. No llevaba ni 20 segundos recorridos cuando la fatiga me atacó por todos los frentes y tuve que parar abruptamente. Lección aprendida. Lento, pero seguro, llegué al abra y lo que presencié es… en verdad no hay palabras para describirlo, sólo hay que gozarlo y contemplarlo, nada más.
Me he quedado estático, maravillado. ¿Estoy en el paraíso? Para mí sí, en el paraíso de las montañas. Frente a mí, imponente y majestuosa, emerge entre todos la blanca figura del Yerupajá, el rey indiscutible de la Cordillera Huayhuash, que levanta sus monumentales 6634 metros hacia el cielo, esta vez tenebroso, lleno de nubes que por varios rincones destilan el agua que contienen. A su majestad lo volvería a encontrar dos jornadas más tarde. Que tesoros que me tenía escondido Lima, que tesoros. Pero tengo que salir de mi estupor para continuar mi camino. Me espera quebrada Guanacpatay. Y hacia ella bajo, teniendo como telón de fondo las blancas moles de Jirishanca Chico (5445m), Puscanturpo (5442m) y Cuyoc (5544m). Ellos, junto al Yerupajá, que por ahora se ha escondido, son mis guardianes en esta, ¿cuarta creo?, jornada caminada y me siento, en verdad, protegido por sus monumentales paredes.
Es tanto lo que he admirado, que los días han pasado sin que me diese real cuenta de ellos. Pero Carlos me recuerda que estamos en la amanecida del quinto día. ¡Cinco días ya! Y estamos aún en la mitad del recorrido. El tiempo en la cordillera es variable, un día puede estar nebuloso, sombrío, como enojado y al día siguiente se muestra radiante, alegre y despejado. En eso reside parte del encanto de la aventura. ¡Vivas por ello! Un ejemplo es este amanecer. El día anterior todo el cielo estaba entoldado, con negros nubarrones amenazando con descargar su contenido y hoy las cosas son totalmente distintas, el cielo está limpio, totalmente despejado y de un azul intenso, dejando emerger hacia la parte sur, las cimas de Jullutahuarco (5449m) y Auxilio (5557m), que resplandecen ante el intenso brillo del dios sol.
Circundamos un adrenalínico precipicio, camino a quebrada Calinca, penetrando al corazón mismo de Huayhuash. Día número seis, lo apunto en mis notas y mientras lo hago, sentado en un recodo del camino, descansando por unos instantes, reflexiono: Qué alivio estar en este lugar. Estoy cansado y tengo frío, pero eso pasa a un segundo plano. Pueden más las maravillas que estoy observando. Allá en la ciudad estaría respirando el aire poluto de autos, fábricas y basura, aquí en cambio me estoy energizando y purificando, aunque sea por unos días.
Al fondo de Calinca se yerguen Jurau (5650m) y Carnicero (5960m). A la sombra de ambos y teniendo la tarde para recorrer las pampas a nuestro alrededor, armamos el campamento. Saben, me siento como un descubridor. Además, según me comenta Carlos, por esta quebrada tampoco vienen los caminantes, sólo bajan por Guanacpatay y siguen camino arriba, a Tapush, rumbo a Chquián, en Ancash. Me gusta eso de ser uno de los pocos que han recalado por acá, me hace sentir, no sé, cómo exclusivo. Y permítanme expresarles mis disculpas por esta muestra de poca modestia, pero estoy siendo sincero con todos.
Estaba en meditaciones cordilleranas, cuando a la izquierda de la cabecera de Calinca, donde se abre otra quebrada, hacia el fondo, surge una ciclópea montaña. Tiene que ser, cavilaba, tiene que ser. ¡¡¡Eureka!!! Su majestad otra vez me recibe. ¡Es el poderoso Yerupajá! Nuevamente me saluda. Yo lo reverencio y admiro. Allí está él, con su blanco manto de nieves y hielo perpetuo. ¿Perpetuo? ¿En verdad es ahora perpetuo? Al contemplar su titánica estampa me sobresalta el hecho que sea también tan frágil. Pero su fragilidad es real.

Me recorre un atemorizante escalofrío y vienen a mi mente los fantasmas de las apocalípticas noticias acerca de los efectos del llamado Calentamiento Global. Y me resisto a aceptar que estas moles estén condenadas. Pero miro bajo sus albos mantos de hielo y la morrena se ha extendido considerablemente. La morrena es el terreno característico que dejan los glaciares al retroceder y aquí, como en todas las cadenas montañosas del mundo, la misma está en crecimiento, anunciando la paulatina muerte de los glaciares otrora perpetuos. ¿Podemos hacer algo para frenarlo? Soy optimista y sé que aún estamos a tiempo. Porque imaginen las consecuencias de que estos hielos desaparezcan. Y no sólo me refiero a consecuencias turísticas y de belleza paisajística, que ya es mucho, si no a lo que acarrearía respecto a la provisión de agua quebrada abajo. ¿Sabían que la mayoría de ciudades a nivel mundial se abastecen del agua que viene de las montañas? Es decir en la mayoría de ciudades, como Lima, el agua que se consume proviene de cuencas ribereñas. ¿Se imaginan si desapareciesen los nevados? Está en nuestras manos y les comento que podemos contribuir con nuestro grano de arena al movimiento, miren: mantengan en buen estado su automóvil, desconecten los artefactos que no usen, eviten el uso de plásticos, no quemen basura, si pueden siembren plantas, usen bolsas de papel, olvídense de los aerosoles. Imagínense los millones que somos y si cada uno hiciese algo de lo nombrado, el número cuenta y pesa. Acá arriba, nuestros eternos vigías blancos nos lo agradecerán enormemente.
Retomo mi recorrido, es el séptimo día y voy a encontrarme con mi gran amigo, el Yerupajá. Bueno, me tomé el atrevimiento de llamarle mi amigo. Sé que él no se va a molestar y voy quebrada arriba, hacia Solteracocha, la laguna que descansa plácida a sus pies. El día es perfecto. Recorro un par de horas la larga quebrada, sigilosamente vigilado a mi derecha por Sarapo (6127m) y Siulá (6344m). Al fondo se levantan Rasac (6017m) y su alteza el Yerupajá (6634m). Llevo tantos días caminando que no me había dado cuenta de lo bien aclimatado que estoy. Estoy cansado, pero ya no siento tanto la pesadez que causa el mal de altura. Por lo visto, tengo buena sangre para soportar estas altitudes.


Eso me alienta a seguir y llegar a una pequeña colina que sube hacia un abra y desde la cual aprecio en todo su esplendor a Sarapococha y al mítico Yerupajá. Su majestad está flanqueado por su corte real, que se despliega a cada lado. Estoy boquiabierto. Cómo más se puede estar aquí.“Bueno Juan, si queremos llegar a Huayllapa en la tarde, tenemos que avanzar”. ¡Qué! ¡¿Cómo?! ¿Ya nos vamos? Carlos me sacó de mi abstracción contemplativa y fotográfica. Pero que se le hace. Estoy de visita y ya es hora de iniciar el retorno. Unos minutos más Carlitos, sólo un par de minutitos, le digo casi rogándole. Y antes de partir elevo, a mi modo, una oración agradeciéndole al Yerupajá, mi amigo, mi gran amigo, por todo lo que me ha permitido conocer de su majestuoso reino. En unas horas más llegamos a Huayllapa, un pequeño poblado asentado en una ladera en el camino a Cajatambo; en donde muchas de las casas aún conservan el techo de paja característico de muchos pueblitos andinos. Al día siguiente emprendemos el retorno a la ciudad de Cajatambo, pasando primero por Uramaza, otro pueblito que se yergue colgado en las montañas.
Apunto, noveno día de caminata. ¿No es cierto Carlitos? Él sonríe y asienta con la cabeza. A lo lejos se escucha música. “Hay fiesta en Cajatambo”, me dice Carlos. ¿Fiesta?, Eso suena interesante, muy interesante. “Sí, están celebrando a la Magdalena, nuestra Santa Patrona”. Llegamos a la punta (abra) del primer día y allá abajo, se dibuja Cajatambo y la fiesta está en su punto. A bajar se ha dicho. Mis pies. ¿Dónde están mis pies? Atolondrado tomé contacto con Cajatambo después de bajar y casi resbalar por más de dos horas. Las Pallas están bailando y cantando junto al Inca, que menea su recargada indumentaria. La apoteosis de la fiesta en su cenit. Cajatambo es uno de esos pueblos que conserva, intacto aún, su ancestral cultura. Sus fiestas abren cofres de riqueza impresionante e incalculable.“Vamos Juan, después de la dura travesía, viene bien un brindis” me apremia Carlos, invitándome un generoso vaso de chicha de maní. ¡Salud! Brindo por que el reino del Yerupajá sea protegido de una vez para el bienestar de todos. Brindo para que las costumbres de este pueblo no desaparezcan. ¡Salud! La fiesta sigue su curso vertiginoso. Pero esa es otra historia.