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EL DESPERTAR DE LA BELLA


Llegamos y el calor se cuela por todos lados y eso que aún son las siete y pico de la mañana. Nilda Gonzales, nuestra anfitriona, junto con José Castro, Pepe para los patas (amigos), nos reciben alegres y tras llevarnos a degustar un típico desayuno, empezamos el periplo. Primer destino: la catarata San Miguel. La más grande de este rincón selvático. -Bueno muchachones, hora de caminar- nos comenta Nilda. El calor arrecia, ¡agua por favor! En realidad la caminata no es ningún suplicio. Pero no puedo decir lo mismo del asfixiante calor. La cuestión es que, quemando no sé cuantas calorías, llegamos. Pero saben, en el camino nos hemos topado con un espectáculo deplorable, extensas zonas de bosque totalmente depredadas y quemadas por los campesinos en busca de tierras para cultivo. Qué gran ignorancia en verdad. Y ¿Dónde están las autoridades? ¿Dónde los entes que supuestamente cuidan los recursos naturales? ¿Cómo se dice?, ah ya ¡no se oye padre!
Llegar a esta catarata es en verdad una recompensa y calma nuestros ánimos alterados por lo de la tala boscosa. La caída de agua se precipita desde más de, nos dicen, ¡120 metros!, asombroso. Necesito más agua, ¿más agua?, pero si la tengo en abundancia. Es que “la calor”, como dicen por acá, es sofocante y atonta al más despabilado. Hace hambre ¿no? Hora de un suculento almuerzo en base a cecinita (carne de cerdo seca y frita), con su yuquita y, de ley pues, su infaltable juane (pasta de arroz rellena

-Ahora, dice Pepe, les vamos a llevar a conocer serpientes- ¡¿Serpientes?! No pues, así no es la cosa. Yo siempre he tenido alto respeto a estas criaturitas del Señor. Es que en verdad son intimidantes. Pero, soy un aventurero y mis nervios tienen que estar templados. Eso. Bueno, eso creo. La diferencia entre culebra y víbora, nos dice el especialista, es que la culebra no es venenosa y las víboras, pues a cuidarse de ellas, porque un solo mordisco y puede ser chau… para siempre. En el recorrido por el Serpentario Animal Paradise, desfilan un sinnúmero de serpientes. Aquí podemos tener una visión clara de las características de cada una de ellas. Pero, de lejitos no más y creo que ya está bien de tanto réptil, por ahora.
La noche se precipita y nos movemos subrepticiamente entre las sombras, en busca de la felicidad nocturna de Tingo María. Ella nos abunda con sus tragos en base a aguardiente de caña y un sinfín de sabores, una delicia para nuestro sibarita paladar. Además, en donde recalamos, las ondulantes cadencias de la danza de los Tulumayos, alegran aun más la cálida noche tingalesa.

La madrugada da paso al amanecer y estamos listos para que la faena continúe. Nos espera un milagro. ¿Cómo? Claro pues, es que nos vamos hacia la laguna Milagro, un oasis enclavado en la selva tropical. Este paradisíaco lugar se encuentra cerca a Aucayacu. Y no sólo es visitar y pasear por la laguna, no señor. La zona invita a recorrerla e internarse por unas horas en el bosque y descubrir, entre otras sorpresas, a una viejísima lupuna, un árbol de leyenda, al que los nativos respetan porque dicen que tiene “madre”, su espíritu protector. Además, inquietos shamshos literalmente trepan por las ramas de los árboles y arbustos que pueblan el lugar. Todo un espectáculo.
Pero el espectáculo continúa, ahora nos internamos en el Parque Nacional Tingo María. La enmarañada cueva de las lechuzas es nuestro siguiente punto. La enorme boca nos traga entre estalagmitas que se levantan del suelo y estalactitas que se precipitan del alto techo, formando caprichosas figuras. -¡Miren,
